9 de abril de 2009

MIDNIGHT BUMBS

Anoche mientras las mujeres y lo hombres hacían su salida nocturna, yo leía a Kerouac en el sillón marrón ladrillo, cuando asi, de repente, lloré. Lloré porque me di cuenta que nunca iba a conocer a alguien que viera el mundo de esa forma, lloré porque era una noche hermosa y yo estaba deprimida otra vez, lloré simplemente porque siempre tengo esa tristeza en la panza que se junta con el dolor y salen las lágrimas. Y supongo que esa tristeza ya es parte de la carne y el hueso, y bueno, ya no se irá. Porque de alguna forma me pertenece, porque de alguna forma es la única sensación verdadera.
Supongo que él estaba ahí, simplemente quieto, viendo con los ojitos negros en la luz amarillenta. Y me había resultado molesto pensar en la noche, en la salida, en los amigos, y entonces me tiré a leer, y me di cuenta que en realidad la pasaba tanto mejor, estando ahí, de cara a la ventana este, con el librito en las piernas. Y toda la situación se hizo tristísima. Porque cada vez más prefería estarme quieta, sola con el libro, y los amigos y las personas en general me resultaban molestas, casi insoportables.
Y entonces leí algo que hubiera querido sentir, que hubiera querido compartir, pero nada más lo escribí, como para saber que alguna vez alguien había pensado el mundo de una forma hermosa.
“…somos como dos animales que se refugian en sus agujeros oscuros y cálidos y viven a solas sus dolores…”
Pero en este caso no hay dos animales, sino uno solo. Y la verdad eso también me había entristecido. Porque de alguna forma ya no había nadie a quien contarle esas visiones, esos sentimientos existenciales.
Y en mi mente creía que todos esos bastardos a los que odiaba, se lo merecían. Aunque ya estaba harta de odiar, de despreciar a todos esos pobres infelices. Entonces lloré más, como un océano, para nadar y escaparme.
Después de eso seguro me dio sueño, y quise ir a dormir, a soñar con esas cosas horribles que siempre tengo en la cabeza. Esas cosas que solo se van cuando la noche es calma y el café riquísimo. Pero esa noche no había ninguna de las dos. Solo estaba el foquito de 60 W y el sonido programado de la heladera blanca-manchada. Y el insomnio que me hacía dibujar estas letras brutas en el cuadernito que a veces también uso para hacer dibujos de una vida mejor.

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