Madrugada. Le doy play al "The Essential" de Bob Dylan. No se por que. Nunca escucho ese disco. No se por que. De alguna manera, creo que debe tener todas las canciones más representativas de su enorme discografía, esas que escuchan los que se inician en la enorme discografía de Bob Dylan. Y también, omite todas las canciones que por alguna razón son las que sacan todas las emociones más oscuras y fuertes de alguien, o de alguien como yo.
Como sea.
He paseado a medianoche con mi perro. Hemos pasado por la plaza. Buscando esas horas livianas de la noche, cuando toda la ciudad comienza a ser interesante.
He visto varias películas de Richard Linklater hoy. Y he repetido su nombre varias veces. Richard Linklater. Por alguna razón me remitía a una imagen antigua, de cuando tenía 15 o 16 años. La imagen de ese nombre escrito con marcador negro sobre el tercer cajón de pino de un mueble viejo. Richard Linklater. Escrito como una especie de recordatorio, un tipo al que había que recordar. Muchas veces repetía ese nombre, sin saber bien que significaba. He recordado esa imagen varias veces. He recordado la habitación a oscuras. El olor a la fragancia "Totoro" de la ropa de esos cajones. Las cortinas. Las películas. Los dibujos en la pared. He vuelto a ver varias de sus películas hoy. He pensado en los diálogos, y he recordado conversaciones similares. También me he entristecido. No lo he podido evitar.
Es la nostalgia del cine a medianoche.
9 de febrero de 2013
20 de noviembre de 2012
Recuerdos
Estoy perdiendo un montón de recuerdos, sensaciones.
Simplemente desaparecen.
Ya no recuerdo como sonaba "Blonde on Blonde" en tu reproductor. Ni el sonido de tus zapatillas.
Ya no recuerdo las tardes de los sábados, ni las noches de verano.
Lo siento. De verdad lo siento.
Pero simplemente se van. Simplemente desaparecen.
Simplemente desaparecen.
Ya no recuerdo como sonaba "Blonde on Blonde" en tu reproductor. Ni el sonido de tus zapatillas.
Ya no recuerdo las tardes de los sábados, ni las noches de verano.
Lo siento. De verdad lo siento.
Pero simplemente se van. Simplemente desaparecen.
19 de noviembre de 2012
Explosiones como cometas
Cuando mis padres se fueron, subí corriendo a mi
cuarto, detrás de mi cerré la puerta con un golpe. Fijé mis ojos en la ventana,
la única que había en la habitación del primer piso que mis padres habían
decorado por mí. Sentí un aire denso y cálido que salía en bocanadas blandas
por mi boca, e imaginé todas las sustancias tóxicas desprendiéndose de mi
corazón para dejarlo libre. Era lo más parecido que sentía a la felicidad,
brotando finalmente desde algún núcleo desconocido de mi cuerpo.
No tenía ningún plan, todo había ocurrido demasiado
rápido, me quité las botas y me puse los zapatos que usaba para la lluvia y mi
gorro de abrigo. Miré alrededor, no había nada indispensable que quisiera que
llevar. Todo se veía lejano, como si de alguna forma ya no me perteneciera.
Abrí la ventana y salté hacia el jardín. La hierba aún
estaba húmeda y cálida, y no me lastimé casi nada con el salto. Salí corriendo
hacia el garage y busqué mi bicicleta. Era una bicicleta espantosa, parecía de
niño, y tenía unas dimensiones ajenas a mi cuerpo, pero mis padres habían
insistido en que era la que merecía sobre cualquier otra, así que acepté sin
protestar cuando me la compraron. Me tenía sin cuidado, y no me importaba que
las demás niñas se burlaran de mí por cargar con semejante trasto. Me monté
sobre ella y salí disparada hacia la calle. Pasé 2, 3 cuadras, luego no pude
seguir contándolas, sentía una euforia que no podía describir con ninguna de las
palabras que conocía.
El viento de la primavera que se acercaba, me golpeaba
suavemente la cara y el cabello, y se sentía bien, el viento, las hojas de los
álamos haciendo silbidos ásperos y mi bicicleta corriendo calle abajo.
Cuando llegué al final del vecindario me detuve en la
esquina de la Avenida
Thompson y Valley, en el borde oeste que dividía la ciudad
con el resto del mundo, y ahí estaba Danny, inmóvil, viendo fijamente hacia el
horizonte, que era con gran certeza, la nada. Danny era un niño un año mayor
que yo, tenía unos ojos muy negros y grandes, y siempre estaba con una expresión
en su cara que combinaba de una forma mágica el éxtasis y el miedo. Era un niño
muy sensiblero, pero no por ello menos aterrador.
Me quedé en silencio unos segundos, tal vez varios
minutos, aguardando. Cuando Danny hubo notado mi presencia le propuse con
desgano que me acompañara, sin revelarle demasiados detalles, pero solo por
piedad. Sabía que nunca podría salir solo de aquel agujero donde vivíamos.
-No lo se – dijo sin volver su mirada hacia mi-, no se si aún estoy listo. Además mañana es
día de feria y no quiero perdérmela.
Tenía la misma expresión que llevaba siempre. Pero
esta vez, además, advertía cierto estado de resignación que creí irreversible. Sentí
pena por él. Y también un poco por mí.
Levanté el pedal derecho con la parte superior de mi
zapato, tomé muy poco impulso, y me despedí en completo silencio. Sin que lo
notara me alejé a toda prisa tomando la salida oeste, hacia donde se veía la
puesta del sol en el horizonte desnudo, lejano, brillante. Esperándome como una
recompensa sagrada.
Todo estaba ocurriendo de modo imprevisto, como si
dios estuviera de vacaciones y el tiempo se quedara detenido, aguardando alguna
señal. Eso me daba cierto ánimo para seguir, y también algo de ventaja.
De repente me vi escapando a toda velocidad, y olvidando
de forma secuencial, cada porción de todos esos segmentos de la vida, que
construyen cada uno de los niveles de una persona real. Porque sencillamente no
necesitaba una persona real, ni todas las características que comparten las
personas reales. Yo necesitaba andar rápido, abrir los ojos para absorber todo
lo que estaba ahí afuera, en la tierra y en el mar y en el cielo. Necesitaba
acostarme en la hierba y mirar a los insectos, necesitaba entender todas esas
cosas que no le pertenecían a las personas.
Seguí avanzando a toda prisa, persiguiendo el
horizonte que aguardaba como una fina línea trazada por el color ocre del sol.
De repente comencé a mirar alrededor y todo lo que
veía me era completamente desconocido. Había unos pastizales de trigo que seguían
movimientos regulados por el viento cálido desde el norte, hasta donde no se
distinguía el final de cada parcela. Todo eso era maravilloso.
Decidí alejarme todo lo que me fuera posible de lo que
formaba parte de la vida a la que pertenecía. Y seguí marchando a toda prisa,
viendo el camino, las aves, los cultivos y las especies que no conocía, todos
estaban en una perfecta alianza de armonía. Por momentos no podía soportar en
mi interior la belleza de todas esas cosas, esas formas extrañas de vida, tan
lejanas, que simplemente me omitían.
Progresivamente el cielo iba tomando colores azules
negruzcos y pequeños destellos parpadeantes conformaban los únicos signos de
que aún existía algo en lo que podía creer.
Comencé a sentir diminutos sonidos chispeantes que se
alejaban lentamente hasta desaparecer en una completa y hermosa soledad muda.
Dejé mi bicicleta al costado del camino y recorrí lo
que pude a pie, hasta donde me encontraba lo suficientemente lejos y tenía una
buena vista a lo alto de la colina. Entonces sentí la necesidad de descansar,
de sentarme finalmente a contemplar todo aquel espectáculo. Desde ahí podía
verlo todo, las aves escapando hacia lugares más prometedores, las nubes
desprendiendo sus sustancias vitales para integrarse al ciclo de la tierra y
los coyotes que salían a pasear, en su guardia habitual por el bosque.
Me quedé ahí completamente inmóvil, simplemente viendo
todo lo que estaba a mi alrededor.
Parecía que el mundo de alguna manera estaba
absorbiéndome, y que muy pronto iba a desaparecer, que en definitiva iba a ser
parte del final.
Levanté la vista hacia los destellos de luces que
provenían de la ciudad. El viento era fresco y solo se oían los crujidos de las
hojas sin vida que había dejado el invierno.
A lo lejos pude ver el vapor desprendiéndose de la
tierra lentamente, era un vapor espeso y muy blanco que envolvía todo a su
paso, las aves comenzaron a alejarse apresuradamente, tal vez hacia el espacio
exterior.
El viento se hizo agresivo y las hojas rápidamente
desaparecían hacia el cielo en remolinos suaves. Todas las criaturas emitían
sonidos gloriosos, como si fueran parte de un triunfo que les pertenecía. Todo
eso me parecía justo, y quería ser parte de ello.
El cielo destellaba asteroides azules que nunca antes había visto y se hundían en el agua camino a una vida submarina. Y todo eso parecía
un sueño, pero no lo era. Era real. Era parte de la vida. Como la muerte. Como
todo lo que debe finalizar para dar lugar a un nuevo ciclo. Virgen. Prometedor.
Lleno de esperanza. Y me enterré en todo ese caos. Para renacer. Viva. En otro
futuro.
13 de julio de 2012
Los mortales
Pocas veces, o tal vez nunca pude admitir verdadera felicidad. Y continuamente me pregunto cuáles son las cosas o las circunstancias que a las personas las hacen felices. Y siempre queda ese silencio entre los pensamientos, como un tiempo muerto, una tregua que me prometo resolver, más tarde.
Básicamente decido no responderme ese tipo de cosas, porque todo el tiempo se me escapan esas situaciones o circunstancias en las que cualquier ser humano podría sentirse feliz.
Probablemente sentirse algo perdido, dentro de alguna lluvia de invierno, completamente perdido, sin ningún rumbo demasiado prometedor, podría admitir que ese tipo de cosas serían lo más cercano a algún tipo de bienestar. Simplemente porque nadie se preguntaría donde estaría, o cuando llegaría.
Pero nuevamente se me escapan, todos esos caminos perdidos, las lluvias y los destinos. Y acepto pensar que está bien. Que todo puede estar bien de esa manera.
Aunque confieso que lo que realmente quisiera, es pasarme largos ratos en silencio con alguien que simplemente también comprenda esos silencios y con quien no necesite hablar de nada, la gente habla demasiado, y eso me entristece terriblemente.
Todos viven creyendo que existe algo por que vivir, y ciertamente no creo que exista ninguna respuesta al respecto. Vivir sin preguntarse por qué las cosas funcionan (o no funcionan) de esa forma, vivir, comer, dormir, salir, emborracharse, veo a todo el mundo actuar como si todo estuviera bien... y me cuesta tolerar ese tipo de cosas.
Prefiero los silencios, la soledad, los pájaros malvados, las nubes amables que sobrevuelan las ciudades grises y abandonadas. Todas esas cosas pasajeras, que existen anónimamente, contemplando las miserias de los hombres felices.
Y acepto que el mundo no es para mi, sino para otras criaturas más reales, que sólo cumplen su ciclo vital en simbiosis con un ambiente al que no comprenden para nada.
Básicamente decido no responderme ese tipo de cosas, porque todo el tiempo se me escapan esas situaciones o circunstancias en las que cualquier ser humano podría sentirse feliz.
Probablemente sentirse algo perdido, dentro de alguna lluvia de invierno, completamente perdido, sin ningún rumbo demasiado prometedor, podría admitir que ese tipo de cosas serían lo más cercano a algún tipo de bienestar. Simplemente porque nadie se preguntaría donde estaría, o cuando llegaría.
Pero nuevamente se me escapan, todos esos caminos perdidos, las lluvias y los destinos. Y acepto pensar que está bien. Que todo puede estar bien de esa manera.
Aunque confieso que lo que realmente quisiera, es pasarme largos ratos en silencio con alguien que simplemente también comprenda esos silencios y con quien no necesite hablar de nada, la gente habla demasiado, y eso me entristece terriblemente.
Todos viven creyendo que existe algo por que vivir, y ciertamente no creo que exista ninguna respuesta al respecto. Vivir sin preguntarse por qué las cosas funcionan (o no funcionan) de esa forma, vivir, comer, dormir, salir, emborracharse, veo a todo el mundo actuar como si todo estuviera bien... y me cuesta tolerar ese tipo de cosas.
Prefiero los silencios, la soledad, los pájaros malvados, las nubes amables que sobrevuelan las ciudades grises y abandonadas. Todas esas cosas pasajeras, que existen anónimamente, contemplando las miserias de los hombres felices.
Y acepto que el mundo no es para mi, sino para otras criaturas más reales, que sólo cumplen su ciclo vital en simbiosis con un ambiente al que no comprenden para nada.
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sara otoño
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16 de mayo de 2012
LA CONDENA DEL HOMBRE LIBRE
Si tuviera que definir mis días por el paso de esta vida, diría simplemente que fueron grandes tormentas, gigantes tormentas que cayeron en un bosque olvidado. Rayos y truenos reinaron durante toda mi existencia, cargados de electricidad, furia y magia. Porque, después de todo, ¿de que sirve imaginarse una vida mejor?
Y si tuviera que reinventarme, probablemente lo haría en uno de esos pasajes olvidados del mundo, donde aún se pueden apreciar las estrellas, cantar, despertar con el sonido de mil aves planeando su viaje hacia rutas más cálidas, tan solo porque pueden hacerlo, tan solo porque quieren hacerlo.
Buscaría un lugar donde no valgan los diplomas, ni las reglas impuestas por la humanidad. Donde el viento simplemente haga lo suyo, se lleve lo que le pertenece, y traiga lo que luego se llevará. Donde existan promesas de amor, de simpleza, donde los viejos puedan descansar y los niños jugar. Buscaría hombres y mujeres que sean francos y nobles.
Por todas esas cosas estaría dispuesta a condenar mi existencia a largas caminatas bajo el sol, bajo el cálido sol del verano en compañía de un perro amigo, tan solo para comer o dormir. Reduciría mis comodidades a las necesidades básicas para sobrevivir en una tierra llena de tranquilidad, bosques vírgenes y noches solitarias, alejada de los transportes que no conducen a ningún sitio, de los impuestos por una vida de penas, de los trabajos mal pagos, de la furia de las ciudades y los hombres egoístas en una carrera desesperada por pertenecer a comunidades completamente vagas e inútiles.
Me condeno a prescindir de todas esas cosas.
Me condeno a innumerables cafés bajo la sombra de los tilos, me condeno a largas charlas con los animales, me condeno a todos los libros de Thoreau y Whitman y a la savia de sus ideas que fluyen en las páginas amarillentas, me condeno a los diamantes de la lluvia luego de días azotados por nubes grises, calmas, suaves que recorren el cielo de una tierra libre, fresca.
Me condeno, porque no existe otra forma de comprometerse, de creerse esas ideas que crecen como hierbas salvajes en el interior, queriendo salir, ver el sol, el cielo, la vida, para apropiarse de todos los deseos y hacerlos destino.
Me condeno, porque a veces no queda nada más por hacer, no queda nada más en que creer.
Y si tuviera que reinventarme, probablemente lo haría en uno de esos pasajes olvidados del mundo, donde aún se pueden apreciar las estrellas, cantar, despertar con el sonido de mil aves planeando su viaje hacia rutas más cálidas, tan solo porque pueden hacerlo, tan solo porque quieren hacerlo.
Buscaría un lugar donde no valgan los diplomas, ni las reglas impuestas por la humanidad. Donde el viento simplemente haga lo suyo, se lleve lo que le pertenece, y traiga lo que luego se llevará. Donde existan promesas de amor, de simpleza, donde los viejos puedan descansar y los niños jugar. Buscaría hombres y mujeres que sean francos y nobles.
Por todas esas cosas estaría dispuesta a condenar mi existencia a largas caminatas bajo el sol, bajo el cálido sol del verano en compañía de un perro amigo, tan solo para comer o dormir. Reduciría mis comodidades a las necesidades básicas para sobrevivir en una tierra llena de tranquilidad, bosques vírgenes y noches solitarias, alejada de los transportes que no conducen a ningún sitio, de los impuestos por una vida de penas, de los trabajos mal pagos, de la furia de las ciudades y los hombres egoístas en una carrera desesperada por pertenecer a comunidades completamente vagas e inútiles.
Me condeno a prescindir de todas esas cosas.
Me condeno a innumerables cafés bajo la sombra de los tilos, me condeno a largas charlas con los animales, me condeno a todos los libros de Thoreau y Whitman y a la savia de sus ideas que fluyen en las páginas amarillentas, me condeno a los diamantes de la lluvia luego de días azotados por nubes grises, calmas, suaves que recorren el cielo de una tierra libre, fresca.
Me condeno, porque no existe otra forma de comprometerse, de creerse esas ideas que crecen como hierbas salvajes en el interior, queriendo salir, ver el sol, el cielo, la vida, para apropiarse de todos los deseos y hacerlos destino.
Me condeno, porque a veces no queda nada más por hacer, no queda nada más en que creer.
10 de abril de 2012
La vida en 3/8 de Lost
Muchas veces es complicado y algo confuso decidir si algo (o también puede ser alguien) a uno le gusta mucho, muchísimo mucho, realmente le encanta, lo adora o se encuentra completamente absorto por las cualidades positivas del objeto (o persona) en cuestión.
Particularmente, he encontrado un método bastante efectivo que, en la práctica, muestra de una forma bastante convincente el grado de pasión o afinidad por ciertos asuntos.
Cuando tenía un par de años menos y asistía a la escuela secundaria, solía tener solo 2 o a lo sumo tres buenos amigos, y los demás, conformaban lo que me gustaba llamar simplemente "los chicos".
Pero muchas veces, considerando que estaba pasando por momentos de constantes cambios hormonales y de personalidad propios de la adolescencia, me ponía a pensar a cuál de esos "amigos" prefería por sobre el otro. Evidentemente era una pregunta bastante compleja de responderme, ya que debía decidir entre uno de los dos únicos y más mejores amigos. En una situación así, lo normal es considerar a ambos en cantidades iguales de amistad, pero a mi eso me resultaba poco serio, hasta bastante hipócrita y necesitaba decidirme si o si por una jerarquía de amor.
Normalmente, para solucionar tan molesta equidad, me ponía en la situación imaginaria, en la cual, a modo de juez todopoderoso, debía elegir una de las dos víctimas (la menos apreciada), a la cual tendría que volarle la cabeza de un disparo (que tenía que ser certero y único para evitar agonías indeseadas). Generalmente me costaba bastante elegir esa víctima, pero cuando lograba decidirme, estaba segura de que la elección correspondía sin lugar a dudas a mi amigo por excelencia, sin cuestionamientos. Aunque la mayoría de las veces terminaba reventándole los sesos a los dos, simplemente porque resultaba más divertido y me había hartado de pensar.
Eso me llevó a varias tardes pensativas en las que decidiría finalmente a la persona que valía la pena no haber matado. De más esta decir que muchísimas veces esa elección había estado muy lejos de ser acertada, y luego me veía obligada a arrepentirme por la bala malgastada.
Este método, bastante práctico y poco metodológico, fue mutando y adaptándose a las necesidades de elección a medida que fui creciendo y madurando.
Y fui notando que con el correr de los años ya no me era necesario dispararle a las personas para poder elegir a una, porque finalmente decidí simplemente no quedarme con ninguna y evitarme ese tipo de planteos.
Uno de los mejores ejemplos que podría citar en la actualidad, y ya habiendo cambiado completamente de terreno, es uno de los métodos que utilizo para decidir si una serie de televisión me gusta mucho, muchísimo mucho o estoy encantada.
La verdad es que después de haber visto LOST, poco me queda por cuestionar, ya que corresponde a mi máximo exponente de genialidad. Pero tomando como punto de comparación a la mejor creación de J. J. Abrams, me resulta muy fácil apuntarle fracciones de octavos a todo lo demás. Por ejemplo, para mi, Fringe, no es ni 2/8 de Lost, o Game of Thrones no es ni 3/8 de Lost, pero en contraposición y simplemente porque me he encantado con los personajes, Bored to Death es bastante más que 4/8 de Lost.
Método simple, acertado y convincente. ¿Quien necesita más que eso?
Particularmente, he encontrado un método bastante efectivo que, en la práctica, muestra de una forma bastante convincente el grado de pasión o afinidad por ciertos asuntos.
Cuando tenía un par de años menos y asistía a la escuela secundaria, solía tener solo 2 o a lo sumo tres buenos amigos, y los demás, conformaban lo que me gustaba llamar simplemente "los chicos".
Pero muchas veces, considerando que estaba pasando por momentos de constantes cambios hormonales y de personalidad propios de la adolescencia, me ponía a pensar a cuál de esos "amigos" prefería por sobre el otro. Evidentemente era una pregunta bastante compleja de responderme, ya que debía decidir entre uno de los dos únicos y más mejores amigos. En una situación así, lo normal es considerar a ambos en cantidades iguales de amistad, pero a mi eso me resultaba poco serio, hasta bastante hipócrita y necesitaba decidirme si o si por una jerarquía de amor.
Normalmente, para solucionar tan molesta equidad, me ponía en la situación imaginaria, en la cual, a modo de juez todopoderoso, debía elegir una de las dos víctimas (la menos apreciada), a la cual tendría que volarle la cabeza de un disparo (que tenía que ser certero y único para evitar agonías indeseadas). Generalmente me costaba bastante elegir esa víctima, pero cuando lograba decidirme, estaba segura de que la elección correspondía sin lugar a dudas a mi amigo por excelencia, sin cuestionamientos. Aunque la mayoría de las veces terminaba reventándole los sesos a los dos, simplemente porque resultaba más divertido y me había hartado de pensar.
Eso me llevó a varias tardes pensativas en las que decidiría finalmente a la persona que valía la pena no haber matado. De más esta decir que muchísimas veces esa elección había estado muy lejos de ser acertada, y luego me veía obligada a arrepentirme por la bala malgastada.
Este método, bastante práctico y poco metodológico, fue mutando y adaptándose a las necesidades de elección a medida que fui creciendo y madurando.
Y fui notando que con el correr de los años ya no me era necesario dispararle a las personas para poder elegir a una, porque finalmente decidí simplemente no quedarme con ninguna y evitarme ese tipo de planteos.
Uno de los mejores ejemplos que podría citar en la actualidad, y ya habiendo cambiado completamente de terreno, es uno de los métodos que utilizo para decidir si una serie de televisión me gusta mucho, muchísimo mucho o estoy encantada.
La verdad es que después de haber visto LOST, poco me queda por cuestionar, ya que corresponde a mi máximo exponente de genialidad. Pero tomando como punto de comparación a la mejor creación de J. J. Abrams, me resulta muy fácil apuntarle fracciones de octavos a todo lo demás. Por ejemplo, para mi, Fringe, no es ni 2/8 de Lost, o Game of Thrones no es ni 3/8 de Lost, pero en contraposición y simplemente porque me he encantado con los personajes, Bored to Death es bastante más que 4/8 de Lost.
Método simple, acertado y convincente. ¿Quien necesita más que eso?
26 de noviembre de 2011
PRINCIPIANTES
A veces creo que lo único que puede arreglar todo el desastre de este planeta, es una gran explosión nuclear. Un destello, una nube de polvo, el sonido agudo previo al silencio absoluto, luego el resplandor cegador e inmediatamente el final. La oscuridad absoluta que llega para bendecir la tierra virgen.
La humanidad ha quedado en el olvido, y todos los rastros de su existencia se han esfumado hacia el cosmos.
El siguiente paso es la reconstrucción del caos, y uno a uno los rayos del sol atraviesan delicadamente las partículas que han sobrevivido al impacto. Algunas gotas de lluvia progresivamente van cubriéndolo todo, bañando de vida todos los restos inertes de una civilización olvidada.
Entonces, sin más, todo comienza.
Las aves, las nubes, las hojas de los álamos que planean todos los bosques, las piedras, la brisa del verano, los mares, el cielo, las manos, la piel, el sol reflejado el los charquitos que deja la lluvia, las tazas de café, las miradas, el amor.
Los animales comienzan a aparecer, desde las cuevas y las montañas y los bosques que los álamos crearon. La tierra ofrece ese espectáculo.
Las personas. Los abrazos, las sonrisas, el tiempo que todavía nadie ha notado, las palabras que aún nadie ha inventado, el mundo avanza y no hay palabras, no hay odio ni venganza, no hay dolor ni muertes. Aún nadie lo ha inventado.
Y la tristeza. La tristeza nadie la ha inventado, pero está ahí, siempre ha estado.
Un hombre solo. Triste. Nadie lo ha inventado, pero está ahí, viendo el mundo desde su ventana. Viendo las calles y los otros hombre que no son como él. Viendo el tiempo, que pasa por la esquina, que nunca se detiene. Ve la tristeza. Ve el día y la noche.
Una vez vió un librito, se llamaba "Los Tristes", y no había nadie feliz. No lo tomó. No había nadie feliz.
La felicidad aún no ha sido inventada. El mundo puede funcionar sin ella. El mundo funciona perfectamente sin ella. Sin la vida.
A veces mira por la ventana y ve una persona real, pero ya es viejo. Pero es real, es solitario y real. Y no es feliz. Es un hombre real porque puede decir la verdad, puede amar y no preguntarse que es lo que esta mal. Puede rezar, puede soñar y despertar contento. Puede hablar con su perro y tener largas charlas. Es real, pero es viejo. Es viejo pero no importa. Porque el mundo aún ha comenzado. El mundo acaba de nacer. Y es real.
El futuro se aproxima, ya está acá.
La humanidad ha quedado en el olvido, y todos los rastros de su existencia se han esfumado hacia el cosmos.
El siguiente paso es la reconstrucción del caos, y uno a uno los rayos del sol atraviesan delicadamente las partículas que han sobrevivido al impacto. Algunas gotas de lluvia progresivamente van cubriéndolo todo, bañando de vida todos los restos inertes de una civilización olvidada.
Entonces, sin más, todo comienza.
Las aves, las nubes, las hojas de los álamos que planean todos los bosques, las piedras, la brisa del verano, los mares, el cielo, las manos, la piel, el sol reflejado el los charquitos que deja la lluvia, las tazas de café, las miradas, el amor.
Los animales comienzan a aparecer, desde las cuevas y las montañas y los bosques que los álamos crearon. La tierra ofrece ese espectáculo.
Las personas. Los abrazos, las sonrisas, el tiempo que todavía nadie ha notado, las palabras que aún nadie ha inventado, el mundo avanza y no hay palabras, no hay odio ni venganza, no hay dolor ni muertes. Aún nadie lo ha inventado.
Y la tristeza. La tristeza nadie la ha inventado, pero está ahí, siempre ha estado.
Un hombre solo. Triste. Nadie lo ha inventado, pero está ahí, viendo el mundo desde su ventana. Viendo las calles y los otros hombre que no son como él. Viendo el tiempo, que pasa por la esquina, que nunca se detiene. Ve la tristeza. Ve el día y la noche.
Una vez vió un librito, se llamaba "Los Tristes", y no había nadie feliz. No lo tomó. No había nadie feliz.
La felicidad aún no ha sido inventada. El mundo puede funcionar sin ella. El mundo funciona perfectamente sin ella. Sin la vida.
A veces mira por la ventana y ve una persona real, pero ya es viejo. Pero es real, es solitario y real. Y no es feliz. Es un hombre real porque puede decir la verdad, puede amar y no preguntarse que es lo que esta mal. Puede rezar, puede soñar y despertar contento. Puede hablar con su perro y tener largas charlas. Es real, pero es viejo. Es viejo pero no importa. Porque el mundo aún ha comenzado. El mundo acaba de nacer. Y es real.
El futuro se aproxima, ya está acá.
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