8 de septiembre de 2009

CAMUFLO

Escribo estas letras porque eventualmente todos vamos a morir. Porque hay muerte, donde sea que miro, me invade un terror espeso que se apodera lentamente de las pocas imágenes de mi destino. No obtengo nada, absolutamente nada. Nada deseo mas la soledad misma que me acompaña en este viaje.
Este camino cargado de imágenes, sonidos aleatorios petrificados en la demencia oscura de la memoria.
Recuerdo a mi padre caminando por mi ciudad natal, las luces bajas de la calle, él hablando lentamente. Mi padre, caminando como una sombra por los rincones de mis sueños. Mi padre, que ha muerto, que duerme bajo un sauce joven, por toda la eternidad. Que destella la esencia de su alma como lluvia por el cielo, que me mira en las noches de bruma. Mi padre, contando los innumerables días del fin de los días, perdonando su soledad como tal vez ha perdonado la mía. Haciendo de las suyas en el aire húmedo que rodea mi casa, mi patio seco sin perro.


Reviso los cuadernos, las hojas amarillentas que evidencian rastros de una vida mejor. Luego los dejo, no me siento en gana de melancolía. Luego el silencio y la vida diaria, la ropa sucia que crece en montoncitos cerca de la cama y de la ventana tratando de invadir el ambiente, pero no. Ahora no.

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