Evoco recuerdos. Luego tal vez me disculpo amablemente y me levanto por una taza de café, la primera del año. Veo un enorme parque, robles y álamos que parecen espíritus de otros bosques que están aquí para salvarnos. Que son los amigos del universo, los viajeros desconocidos que nos guían por la ruta hacia cualquier otro territorio algo más prometedor. Recuerdo esos gigantes, recuerdo la hierba húmeda y el rocío del verano en forma de gotitas cristalinas, recuerdo el silencio frente a la espesa oscuridad que rodeaba todo ese hermoso mundo silvestre. Y luego la medianoche. El ritual espontáneo de quedarse de pie, como agudizando el oído para recibir, con ciencia cierta, otro día más. Tal vez el primero.
Y todo eso lo recuerdo, porque tenía 9 o 10 años. Y porque todos los buenos recuerdos van alcanzando un lugar privilegiado dentro del bolsillo prohibido de la memoria que ya parece estar repleto y ahora ningún recuerdo alcanza los méritos suficientes para merecer su estadía.
Hoy no hay más recuerdos.
Afuera, en esta pequeña ciudad quedan algunas impresiones sonoras de festejos inconcientes de habitantes alegres. Sí, festejos, aunque me lo pregunte una y mil veces. Festejos. Nadie sabe porqué ni como pero los habitantes festejan.
El vientito de los 27 grados sopla y revuelve y anima todas las nuevas esperanzas que uno no se atreve a admitir estando sobrio. Porque muchas veces son demasiado cursis, demasiado reales, demasiado siniestras para admitir. Y prefiero mentir algún deseo, tomarme el resto de la sidra, parecer un buen ser humano. Esconder las palabras como esconden todas las maravillas algunos de esos volcanes en Islandia, y sentirse merecedor y temeroso de esas tierras blancas, frías, abismales, solitarias. Y no se porque pero le permito a mi memoria dar vueltas y saltitos y tomar altas dosis de líquidos inofensivos que me preparan para combatir con el mundo exterior. El de la vida real.
Y luego tal vez soy parte de alguna de esas noches en las que todo sucede demasiado deprisa y me pregunto que estoy haciendo, porque lo estoy haciendo, y le dejo lugar a las incertidumbres porque habitualmente se las arreglan mejor que yo. Y el camino de vuelta es más lento de lo que esperaba porque no hay nada esperando al final.
El cuerpo algunas veces no puede soportar todas esas historias que te mantienen vivo. Y pienso que tal vez debe ser así, el envase simplemente no viene preparado para estar despierto lo suficiente.