13 de diciembre de 2010

VERANO VIENTO MI PERRO

Bueno. Me he pasado el día en el ordenador. Afuera, del otro lado de mi ventana, los rayos UV de sol de las 4 comunican desganadamente que es hora de otro café. El numero 3, o 18. Que es la hora de saludar nuevamente al perro. Decirle que lo amo.
Me paro un instante, y trato de recordar algo. Pero afuera, en el mundo real, hay demasiado ruido de autos y motores y gente que no escucha. Y olvido lo que quería recordar.
Hace calor. Y cada año cuando llega el verano, me acuerdo de mis pantalones cortos verde agua de cuando tenía 6 o 7 años. Eran unos pantalones hermosos. Completamente de algodón, suaves, ligeros. Como si los hubiese cosido Dios con sus finas garras. Mi mamá los dejaba con un perfume inolvidable cada vez que los sacaba de la lavadora. También, a veces me acuerdo de algunos helados, mi bici verde-marrón-amarillo (no recuerdo bien el color), la calle de mi casa que era de tierra, el sol en el patio, la pelopincho enorme de mi abuela, que nunca supe porque, pero era amarilla, los paraísos de la vereda, mi hermano comiendo una naranja, mi piel reseca por el polvo y el sol, mi padre arreglando algo, la casa, mi vida.
Hace calor. Pero puedo soportarlo. Puedo soportar este planeta, el amor que no llega, la melancolía de los viernes, ser pobre. Puedo aguantarlo. Puedo rezar y tener esas nubes arriba, en mi cabeza, lloviendo casi siempre. Volverme suave, mujer, que se yo. No, eso no puedo.
He intentado cantar toda la tarde pero solo me salen las melodías tristes del viejo Bob, y lo siento, pero no quiero cantarlas así. Le pregunto a mi amigo algo, y siempre me hace reír con cualquier cosa. Y me río, porque a veces me sale muy bien.
Me tiro a pensar, a dibujar esos días preciosos que nunca llegan, a contar monedas en la plaza, poner discos viejos, de viejos hermosos, leer poemas de Kerouac, comprar libros usados de Coupland, tomar la leche, ir al museo donde hay aire acondicionado, ver a VyV, dormir sin mosquitos.
No se porque, pero las pesadillas casi se están esfumando. Le pertenecen al Otoño, a las hojas secas que silban alguna canción que no conozco.
No se porque, pero casi recuerdo lo que había olvidado. Casi puedo ver entre la niebla ese mensaje que debía guardar. Las palabras, diciendo cualquier cosa. El verano, la pasajera tranquilidad de nuestro verano.