11 de agosto de 2009

SUEÑO DE LA MAÑANA DEL CENTENO

La ciudad aturde, aprieta, te mete dentro de sus ramas grises, te pierde, te absorbe, te deja parado en el medio de la esquina, viendo los fantasmas de otros como tú que caminan, corren, pero tú te la pasas ahí, viéndolo todo pasar, observando el tiempo que se mezcla con las hojas del otoño que ya casi es primavera.
Afuera los pájaros no cantan, se meten en los arboles desnudos a garabatear danzas en el aire. Ves el cielo que está de un gris increíble, y tratas de recordar la ultima ves que estuvo así pero te resulta imposible. Caminas una, tal vez dos cuadras, y piensas en los tipos, en las tipas, en el cuadernito blanco que te ha acompañado cuando te perdías en el viaje, piensas en los libros berretas de autores supremos que se meten en tu bolso harapiento y desordenado que se ha mojado al igual que tú en las lluvias de turno. Dibujas un Hola al aire, te ves en los pies flacos que necesitan nuevos zapatos, te paras en la puerta, consultando mentalmente si entrar, pero decides largarte, pasar el resto del día afuera, viendo porquerías baratas en puestos de señores sin sueños, con juguetes usados que se prenden en tu repisa, y la pasan bien, se hacen amigos para no tener que estar en silencio, para no tener que soportarlo, porque, piénsalo bien, no puedes soportarlo, al silencio, digo. Te lavas la cara, te preparas un café exesivamente dulce, te robas lo que quedaba de su día, le das las gracias, y luego el silencio, como una especie de premio místico que te espera cuando te dispones a morir. Lo tomas, claro, y lo usas como escudo, como caparazón de tortuga mutante.
Te amigas con tu sombra, la dejas acompañarte en el viaje, le cuentas tus historias de niña, la cargas en tu mochila de viaje, y sales, te ves mal, pero no te importa, te pides caminar algo más, calmar la sed de los días, te pides dormir algo más, aunque nunca alcanza para vaciar el alma, dejarla liviana, llevarla a pasear.
Te encuentras en la montaña, con la soledad a cuesta, como carro y autopista, le ruges al mar, al viento, le pides perdón, pero no hay caso, ya no lo sientes. Te arrepientes, te la pasas mal, te la pasas mejor, ya no te importa, has decidido olvidar, dar otra oportunidad, seguir un poco tu propia huella animal.
Te gusta.
Te parece tan bien que no lo puedes soportar. Eso y la niebla. No lo puedes soportar. Te sumerges en la oscuridad, la nadas, la ves por primera vez, abres tus ojos a la inmensidad ciega que te rodea, le das la mano, la haces tu amiga otra vez. Esta bien. La dejas ser. Desapareces. No sientes pena. Ha sido un mal sueño más.